Siempre hemos defendido la riqueza de la lengua española. Por supuesto también del refranero patrio. Y hay una locución perfecta para este tiempo de crisis del coronavirus que ya no es una amenaza, desgraciadamente, si no una pavorosa realidad. Como decimos hay un refrán muy nuestro que dice: “Cuando las barbas de tu vecino veas afeitar (o cortar), pon las tuyas a remojar”. Esto es: cuando a tu alrededor se genera el caos, prepárate para este escenario porque tú serás el siguiente.

El coronavirus nace a principios de este 2020 en China. Parece un problema local que poco a poco va ganando en infectados y muertos. Europa, por el momento, se cree inmune. Hasta que el patógeno cruza a Italia. Nuestra hermana Italia. Allí se tomaron a guasa durante los primeros días al coronavirus. Pero rápidamente llegó el pánico. Supermercados desabastecidos, largas colas y crecimiento exponencial de contagiados.

En estas mismas líneas, hace quince días, señalamos que no debía cundir el pánico. Que había que ser precavidos, por su puesto, pero sin llegar a la histeria. No había que caer en el nerviosismo, pero tampoco minusvalorar los efectos de este virus que empieza a manifestar sus primeros síntomas entre los 5 y 12 días de haber sido infectado, según la revista médica ‘Annals of Internal Medicine’.

Estos síntomas son: fiebre, tos, dificultades para respirar, dolor de garganta, dolor de cabeza, dolores musculares, fatiga o congestión nasal. Señales que pueden derivar en neumonía, síndrome respiratorio agudo severo, insuficiencia renal y por último, en los casos más graves, la muerte. Poca broma ante un virus hasta el momento desconocido.

Italia fue un espejo. Jugábamos con ventaja. Pero el pasado fin de semana perdimos ese tiempo extra frente al coronavirus

Teníamos, pues, el ejemplo de Italia. Jugábamos con dos semanas de ventaja que nuestros hermanos y vecinos italianos. Sin embargo el Gobierno de España se relajó con tal de no levantar la voz de alarma. Aquella actitud que el hoy presiente recriminaba en 2014 al inoperante Gobierno de Rajoy por la crisis del Ébola. Al principio se pudo entender esta actitud indolente por no generar esa histeria. Pero viendo lo que ocurría a nuestro lado perdimos la ventaja del tiempo.

El Ejecutivo de Sánchez e Iglesias se entregó a lo que en el país transalpino se conoce como la ‘dolce far niente’. Una ociosidad manifestada en extremo este pasado 8 de marzo, llamando a la participación desde el propio Gobierno de España y ayuntamientos en las masivas concentraciones en las calles de Madrid -principal afectada por el coronavirus-.

Pero con las ministras con guantes de látex detrás de las pancartas, no fuera a ser. Y viviendo con total normalidad e igual irresponsabilidad partidos de fútbol abiertos al público, 9.000 personas junto a los dirigentes de VOX o actos religiosos en todo el país. Como si no pasara nada. Una especie de barra libre al virus que el lunes, de sopetón, se trató de cortar con medidas drásticas. Tarde y mal.

En 5-12 días, esa insensatez de nuestra casta política se va a manifestar en cifras oficiales. Italia ha sido un espejo en el que no hemos querido mirar por los complejos de siempre y el oportunismo político. Hay que prepararse y concienciarse ya para todos los escenarios apocalípticos posibles. El coronavirus ha infectado no solo la salud de España sino el ánimo de los españoles, llevados a la histeria colectiva como muestran las imágenes de los supermercados.

Ya es inútil cualquier llamamiento a la calma y la tranquilidad y el país tiene que prestarse a asumir medidas duras de restricción de movimientos y actividades públicas o privadas al aire libre y espacios cerrados. Si eso significa parar durante un mes, que se pare. Pero que sea ya.